Damiela Eltit en Ñuñoa

    La calle Lincoyán, aunque a metros de Irarrázaval, está anclada en el campo, en el pasado. Ahí vive la escritora hace años:

- Un barrio, además de sus casas, es la energía que circula. Y aquí, esa energía es de vecindario todavía, con una cierta solidaridad.

    Desde siempre pensó en Ñuñoa. 

    - Mucho antes de venirme, por mi deseo de ciudad. El grupo social de aquí es heterogéneo, y a mí me interesa la diversidad. Caminar y ver el cuerpo social me resulta visualizador. Además, sin ser populoso, ni popular, tiene pueblo.

    Se ha mantenido en la misma casa: 

    - Supongo que por mi necesidad de permanencia. Por lo mismo, es todo lo que le me ofrece la comuna. Aquí hago trámites, compro auto, e incluso - aunque sea poco a lo que voy - escojo restaurantes del sector, como el “Satiricón” que queda aquí cerca o “Las Lanzas”, en la Plaza Ñuñoa. 

    Sus hijos crecieron ñuñoinos, de casa y colegio:

     - Miradas por los vecinos, que son antiguos en su mayoría. En todo barrio verdadero hay algún vecino chismoso, pero incluso su chisme es una mirada útil, vigilante, que cuida.
 
    Ñuñoa le parece una comuna más democrática:
 
     - Santiago es una ciudad muy territorial, de espacios consignados. Aunque siempre se ha visto lo mismo, ahora se vuelve más notorio porque el centro ya no cumple un rol unificador
 
    Ve una ciudad en fuga hacia el oriente.
 
    - Por temor al cruce, al cruzamiento, los grupos económicamente más poderosos están siempre desplazándose, huyendo del otro, de los demás, de la
otredad y de la diferencia. Y como las clases medias en este país son tan miméticas, reproducen el modelo en otra escala, en agrupaciones y condominios.
 
     Camina mucho: 
   
     - Entre la avenida Italia y Manuel Montt, Irarrázaval, Rengo... Incluso hacia mi trabajo en la Universidad Tecnológica Metropolitana, que queda en Salvador. Voy mirando casas, haciendo inventarios. Quedó horrible esta avenida desde que le cortaron los añosos árboles que eran un filtro entre los que caminan por la vereda y los autos y la congestión. Ahora está desnuda y fea. 
     
    Lo contrario ha visto en el Parque Bustamante. 
     
    - Donde siempre llevaré a mis niños, ahí a la Plaza Sucre. El parque lo renovaron, hicieron todo el trabajo de la Línea 5 del Metro, pero conservaron los árboles. Vi, día a día, como procedieron para salvarlos. Y eso fue una lección, se puede hacer una obra de gran envergadura sin arrasar con todo.
     
    Está en paz con la ciudad, pero no con su democracia.
   
    -Viví unos años en Ciudad de México, y ver gente con distintas historias, con medios diferentes, cuando uno compra hace un trámite o cruza un parque, es algo que da seguridad además de ser interesante. Pero en Santiago tan rígido, tan excluyente, se siente algo peligroso. Los sectores medios y altos, al excluir al sujeto popular, al expulsarlo concreta o simbólicamente, han terminado viéndolo como delincuente.
     
    Situación que ve expresada en más guardias, más muros defensivos. 
    
    -Es tremendo que en Las Condes la gente prefiera alarmas ante que parques o techos o cualquier otra cosa.
 
    Ñuñoa no es así:
 
     - Estamos en campaña contra un bar muy tóxico en Irarrázaval con Tegualda, ruidoso lugar de redadas, gritos, drogas. No es de aquí ese “pueblo”, y todos, muy distintos, nos hemos organizado para pedir que se haga algo.
 
Por Miguel Laborde.

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