Su infancia fue como la de muchos exiliados
- Siempre esperando volver, junto a abuelos y padres, un ambiente chileno y casi
sin relación con los franceses
No tenía imágenes de Chile. La primera sorpresa, al llegar aquí, fue
social: "Allá éramos pobres y aquí no tanto".
Ese "aquí" estaba en Diego de Almagro con Consejo de Indias, un barrio
que descubrió fronterizo entre una Providencia más residencial, más
rica, con perros ladrando en las rejas, ciruelos en las veredas y
grandes enredaderas, y una "Ñuñoa profunda" más allá de Irarrázaval, a la que le daba miedo entrar:
- Uno cruzaba la calle y cambiaba el mundo. Mi colegio era el de los pobres, el Regina Pacis, al lado de la iglesia Santa Bernardita, donde iban los hijos de los conserjes.
La antigua población San Luis, al lado, iba desapareciendo:
- La gente trataba de defenderse. Como son casas sin antejardín, de fachada continua, siempre se sentían amenazados por la expropiación; entonces hacían
una casa dentro de otra, muros más adentro, para cuando los obligarán a
retroceder unos metros. Pero les fueron comprando y sus casas
desaparecerían para remplazarse por otras mejores.
Era un mundo de mezclas de diversas, e incluso había un sector de tratorías (venta de pastas caseras) en torno a una calle que tenía hasta nombre italiano, Renato Zanelli. Después se cambiaron a Chile-España con Holanda.
- Me gustó, también lo variado. Con mezquita, iglesia evangélica, una católica, otra lefevrista, una ortodoxa rusa, solamente falta la sinagoga. Un barrio junto al Campus Oriente de la Universidad Católica, para ir a comerse un sándwich y mirar el paisaje femenino.
Un micromundo:
- De caserones donde viven tatarabuelos, abuelos, cada uno más loco que
otro, donde se puede vivir sin salir, estudiando en el Manuel de Salas,
después en el Pedagógico, quedándose por ahí a trabajar. Hay una
mentalidad, medio anárquica, de lecturas extrañas, pero también es un
mito, lo de la República Popular de Ñuñoa; los socialistas juran que
cuentan con la comuna, pero llegan las elecciones y siempre les va mal.
Un magíster en Literatura, en Macul, lo radicó con más fuerza. Aunque las siestas tuvieron un rol principal:
- Es que los árboles grandes, el silencio, la tardes largas. Hay una mezcla perfecta entre ruido y silencio, ciudad y jardín.
Irarrazával era una frontera:
- Todos los ñuñoinos la odian, pero siempre terminan encontrándose ahí porque la necesitan. Ahora la arreglaron un poco. Plaza Egaña es otra, casi violenta, violenta, con esas casas bajas, sitios baldíos, patios; la sensación que va a pasar algo; solo bonito para los que viven allí, como el Buenos Aires que conoció Borges al llegar de Suiza, el de sus primeros cuentos.
Piensa Gumucio que, él mismo, al venir de París, sintió un impacto que lo marco:
- Y no es para compararme con Borges... Allá conoció barrios como el centro de Santiago, pero nada como las casonas con parrones y patios de Ñuñoa. Como asilada además, porque la misma Providencia está al lado, pero complicadísima la locomoción para ir.
En las tardes - después de la siesta - el llamado desde minarate de la mezquita y el campanario lefevrista se oye al mismo tiempo. El caracol comercial, en Macul con Irarrázaval -"que es como un juguero, una Moulinex gigante"- se transforma en polo de atracción. Igual que el pool:
-En la plaza Armenia, al lado, aparece la loca del barrio.
Y ahora, el avance de los edificios ha modificado el ambiente:
-No sé por qué, pero ahora corre más viento, suenan las ramas, será por los
edificios. Una amiga me dijo que vivía muy bien, en un lugar nuevo, con
piscina, con de todo. "Te cambiaste a La Dehesa", le pregunté, y no, me
dijo, "Me fui a Ñuñoa"...
Él, en cambio, se fue al barrio Forestal-Santa Lucia. El más parecido al
Barrio Latino.
Por Miguel Labord
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